viernes, 1 de julio de 2011

The world is sppining and we don't know why.

Y llegué a la clínica, clínica de mierda. Al principio me acuerdo que me gustaba mucho, con esas puertas altas, pasillos angostos, ascensores de dos personas y arañas antiguas que iluminan la sala de espera. En la sala de espera hay muchos cuadros de autores europeos (sí, estudié mucho cultura y estética), música tranquila y silloncitos. Sí, la primera vez que entré a esa clínica dije "Wow, si. Tiene toda la pinta de ser una clínica psiquiátrica, este lugar debe ser bueno".
Pero ese lunes no quería, ese lunes no me gustaba, ese lunes había llegado tarde, ese lunes estaba aturdida. Aturdida después de estar una hora y media en el auto, haciendo una cuadra cada seis minutos, escuchando a mi papá quejarse de todo ser viviente que estuviera en cuatro ruedas alrededor suyo {o dos, no nos olvidemos de las motos}. Me bajé del auto, entré a la clínica y subí corriendo esas escaleras de mármol espiraladas. Sí, subí corriendo hasta el segundo piso porque los ascensores son muy chiquitos y me dan miedo. En realidad no les tengo tanto miedo pero siento que tardo más y que me ejercito subiendo escaleras. Llego al segundo piso, me doy cuenta que tengo que dejar de fumar porque me cansé como si hubiera corrido una maratón. Entro a la sala de espera, saco número. Me toca el 28. Miro la tecnológica pantallita que contrasta con el resto de la habitación y me muestra el número 20. Ok, ocho personas adelante mío. Y yo llego quince minutos tarde. Y las secretarias putas de mierda son mas lentas que la concha de su madre. Me empezé a alterar, ok basta. Seguro la licenciada se fue al carajo pensando que yo no vine. Estoy rodeada de viejas y de nenes chiquitos que se quejan, que están con mochilas con rueditas, una señora concheta que se lima las uñas y me mira con cara de asco. Y sí, me mira con cara de asco porque mientras ella está con un tapado de piel y botas Sarkany, yo estoy con un jean roto y unas vans. Ah, y una bandana azul en el cuello por si hace frío. Tengo el papelito en las manos, lo doblo en dos, cuatro, en ocho. Lo rompo. Me voy. Subo al sexto piso que es donde me atiende mi doctora, para cerciorarme que todavía seguía ahí. Subo, corriendo obvio por lo que expliqué antes de los ascensores. Y si antes subiendo dos pisos quedé por los suelos, hay que imaginar como quedé con cuatro escaleras más. Me dolía la cabeza, había subido muy rápido y seguro me había bajado la presión. A todo esto, ya eran veinticinco minutos tarde. Soy una pelotuda, impuntual de mierda, tránsito del orto, odio esta clínica. Entro a la sala de espera del piso 6. Hay una señora rubia de pelo cortito, con una campera gris que está tejiendo algo con lana azul oscura. Me senté en el sillón y quedamos enfrentadas. En esa sala de espera no había música para escuchar, pero sí muchos cuadros para mirar. En el sexto piso no había tanto movimiento como en el segundo, en realidad si no hubiera sido por la señora me hubiera sentido bastante desolada ahí esperando. Miro el techo. Tiene como flores talladas en los bordes. Miro la puerta. Se parece a la puerta de mi casa. Respiro profundo. ¿Qué estoy haciendo acá? ¿Qué mierda estoy esperando? ¿Por qué mejor no me voy? Pienso que odio a la clínica y su aspecto que evidencia que es psiquiátrica, odio a la clínica porque su calmo ambiente me enerva, porque me dan ganas de romper los cuadros, me dan ganas de dar vuelta los sillones, de romperles la cuerina, de ensuciar un poco todo ese ambiente tan pulcro tan prolijo, tan de mierda. Y ahí es cuando empiezan a caer las lágrimas. Caen las lágrimas y no paran de salir. Empiezo a sollozar, no lo puedo aguantar. Porque yo no tendría que estar ahí, y todos lo saben, pero lo hacen porque es lo más fácil. No puedo parar de llorar. La señora me mira. Me pregunta por qué estoy llorando, y yo no le puedo contestar. Pensaba que ni siquiera yo sabía por qué estaba llorando, entonces me limité a mirarla  con el pelo en la cara y el rimel corrido. Me agarraba la cabeza con las manos, ponia mi cara entre las rodillas, no podía parar de llorar, las lágrimas brotaban de mis ojos como de una fuente. No tenia pañuelitos descartables la concha de su madre puta, me mojé todas las mangas del buzo. La señora concheta me hubiera mirado muy mal. La señora tiene cara de preocupación.
- Con qué doctora te atendés querida?
- Con la licenciada XXXXX, pero igual no me va a atender.
- Y por eso es que llorás?
- No.
Siempre hago esas contestaciones para que la gente no me rompa más las pelotas, pero nada es más simple y contundente que un no.
- Sos muy linda vos querida, no tenés que llorar.
- Ah.
- Sos linda y joven, tendrías que estar cazando mariposas.
- ...
Y ahí la señora se quedo callada otra vez. Yo seguía esperando algo que no sabía que era. Ah si, mi doctora. Pero sabía que no tenía ningun sentido estar ahi adentro. Pasó un médico. Es un médico que siempre es simpático conmigo, es joven y siempre me pregunta cómo estoy {ya voy tan seguido que me conoce}. Me preguntó que me pasaba, si estaba bien. Le dije que no, que estaba esperando a mi doctora. Me dijo que si era una urgencia la llamaba, que él no tenía problema. Le dije que no, que en realidad no tenía muchas ganas de hablar con ella, me di media vuelta y me fui. Complicada del orto que soy la puta madre.

2 comentarios:

Nyuu dijo...

Hola marina, entiendo lo que sentis pero no temas y no estes mal, pronto todo pasará. Todo pasa, en esta vida todo se puede aunque parezca muy dificil. Contas conmigo, espero estes mejor. Saludos y mucha mucha fuerza!

~Noee Mix~ dijo...

soy IGUAL que vos, solamente que me lo trago todo nadie me tiene como me siento de verdad, y la verdad creo que eso es peor.. mi psicologa no me aguanto ni 2 dias, imaginate jaja pero bueno todo va a pasar ;)

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Hola. Me llamo Marina y este es mi blog. Me gustan las hamacas, la gente que anda en skate, el envoltorio de los medicamentos, la gente con sombreros cejas grandes y bigotes. Me gustan las gotas de agua atrapadas en telarañas. Me gusta ponerme toda mi ropa a la vez, me gusta la gente que no sonrie nunca. Y me gusta la gente que sonrie. Me gusta el pelo que crece para siempre, amo la comida. En cierta manera, me gusta todo. Hasta lo mas pequeño, lo mas raro, lo menos especial, lo mas particular. Me gustan las cosas que me gustan, pero me gusta todo. Te puede gustar algo de muchas formas, porque incluso las peores cosas me gustan. Me gustan tantas cosas que me hacen sentir que puedo volar. Sé cómo hacer para volar todos los días, pero hay muchas personas que no entienden de eso. No se a que se refieren con "cosas que odio". Odio los zapatos, odio la gente que cambia de tono de voz cuando dice algo importante. Odio mis muslos, odio la guerra. Odio la ropa que se pega, odio los grifos que gotean. Pero en cierta manera tambien me gustan los grifos que gotean. Odio las invitaciones, odio las radios. Odio esto. Chau.

Sólo mis gatos me comprenden.

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